Diferentes autores de novela negra reflexionaron sobre el papel de Barcelona en el género / Foto: Laura De Andrés

 

En Barcelona se mata, pero poco. Sorprendente conclusión, si los que llegan a ella son autores de novela negra. La mesa redonda «Barcelona, capital del crimen… literario» descorchó la nueva edición de la BCNegra, en la que se habló sobre la ciudad y la novela negra, con algunos de los muchos autores que han escogido Barcelona como escenario de sus tramas: Julián Sánchez, Carlos Zanón, Toni Hill, Laura Fernández y David C. Hall.

Literariamente, Barcelona encandila. Y el género negro se entrega al embeleso. ¿Por qué? La moderadora de la mesa, la periodista y escritora Cristina Fallarás (Las niñas perdidas), lo tiene claro: «Barcelona tiene puerto, lo que atrae marineros y prostitutas, y eso la hace especial para la novela negra», aunque recuerda que el crimen -el real, pero también el literario, en consecuencia- ha cambiado de escenarios. Sí, el Barrio Chino y Pedralbes continúan ahí, pero también despuntan los barrios periféricos, donde se asientan las clases obreras y donde se desarrolla una tipología propia de crímenes. «Barcelona se convierte en pequeños focos diferentes, que dan muy bien para la novela», asegura Fallarás.

Para muestra, un botón. O diversos. Resulta especialmente complejo encontrar un común denominador en las diversas Barcelonas que retratan los cinco ponentes que centran la atención del numeroso público que acudió al encuentro a la Biblioteca Barceloneta-La Fraternitat, tan cerca de ese puerto que imprime carácter propio a la urbe. Cada uno de estos autores ha sucumbido a alguno de los  encantos -o desencantos- de la ciudad, y escoge en el menudeo aquello que más le conviene para sus intereses literarios, sin llegar a zafarse jamás de su particular visión de la ciudad.

Carlos Zanón no lleva a engaño: «No le tengo especial cariño a Barcelona, no me siento especialmente unido a ella». Y cita a Marsé para justificar este amargo desapego: «Barcelona es el sitio donde pasan las cosas». Y en su última novela, No llames a casa, pasan muchas cosas, todas ellas rubricadas por la Barcelona más miserable, la de aquellos que duermen en los parques y en los cajeros automáticos, la Barcelona del trapicheo barriobajero, en la cual sitúa a Bruno, Raquel y Cristian, tres balas perdidas que parecen haber dado con el negocio que los sacará del atolladero. Sin embargo, esta sensación de rechazo y desaliento, de desencaje, permite ciertas grietas para la creación. «No nos interesa -literalmente- que la ciudad mejore», reconoce Zanón.

Tampoco es una relación de amor la de Laura Fernández con esa ciudad que, como Zanón, observa desde el escepticismo. Recrimina que siempre se haya retratado Barcelona «muy esquemáticamente», por lo que pocas veces «la ciudad ha sido tomada como personaje». En su intento por resarcir estas ausencias, la autora de la disparatada Wendolin Kramer. Una historia de superhéroes, supervillanos y un chucho deprimido ha optado por «unir el desencanto de la protagonista de la novela al desencanto que me produce Barcelona». Una ciudad en la que Fernández recaló durante un año, en el barrio del Raval, tiempo de sobras para borrar para siempre aquel falso recuerdo de ciudad ingenua. «Barcelona se ha convertido en una ciudad de escaparate, rendida al mercado». Las Olimpiadas de 1992 ejercieron de bisagra entre la una y la otra. Fernández sitúa en este centro neurálgico descafeinado por el turismo el centro de mando de una particular investigadora: una chica convencida de ser una superhéroe, que habla alemán segura de que es alemana, y que, cuando se aburre, vende muebles por catálogo a su perro. Difícilmente podrían darse sus aventuras y desventuras en otra ciudad que no fuera esta Barcelona que ya no lo es.

Los pasos del inspector David Ossa no andan muy lejos. El protagonista de La voz de los muertos, de Julián Sánchez, pone todo su empeño en resolver el caso de cuatro cuerpos mutilados hallados en un piso de la calle Escudellers, en pleno Gótico. A pesar de no ser una gran capital del crimen como tal, Sánchez reconoce haber encontrado un encanto especial en la que ha sido durante años su ciudad para cometer sus crímenes literarios. «Vivo en San Sebastián, y allí sería imposible situar una trama con cuatro cadáveres mutilados, porque no pega». La poliédrica Barcelona, la Barcelona de las mil caras, abre múltiples posibilidades, pero, como reconoce el autor, su gran baza es «sobre todo la gran historia que la ciudad tiene a sus espaldas».

Para Toni Hill -parece un pseudónimo, pero no lo es- «Barcelona es una ciudad extraña, porque es una ciudad mediterránea, pero su mentalidad no lo es tanto». Le reprocha falta de espontaneidad. Por contra, su primera novela, El verano de los juguetes muertos, rezuma naturalidad y entretenimiento. Héctor Salgado, su inspector de los Mossos d’Esquadra, sube a los barrios altos de Barcelona para sacar los trapos sucios de tres familias bien, mientras mantiene un pie en un caso de trata de blancas aún por resolver. «En mi novela, hablo de una clase tradicionalmente alta, que no baja a otros barrios, aunque sus cachorros sí lo hacen, en busca de aventuras», sostiene. Los que se hayan quedado prendados del inspector Salgado no tienen nada que temer. Hill ya está trabajando en una nueva entrega de sus aventuras.

Elso Bari, el elegante y sofisticado detective ocasional moldeado por el autor David C. Hall -estadounidense de nacimiento, afincado en Barcelona desde 1974- también se nutre de la parte más alta de la ciudad. Hall nos ha presentado a Bari en su última novela Barcelona skyline. Sibarita, más interesado en la buena comida y el buen vino que en ejercer de detective, Bari se ve implicado en una encrucijada donde se encuentran varios personajes, entre ellos un detective privado de Chicago, una asesina a sueldo y un mafioso ruso. Hall atrae sobre el papel los tentáculos del crimen organizado. En una ciudad cada vez más internacional, no existen las fronteras, aún menos para el crimen. «Es cierto, en Barcelona sólo se mata de vez en cuando. Y son, por lo general, asesinatos poco interesantes. Pero esto es sólo un decir, porque en un asesinato siempre hay, al menos, dos personas, víctima y asesino, y cada uno tiene su historia. Así que, por vulgar que sea el asesinato, tenemos como mínimo dos historias interesantes detrás», reflexiona Hall, irónico.

Quizás sea cierto que en Barcelona se mata poco. Que literalmente, no sea una capital del crimen al uso. Pero lo cierto es que cada día más autores deciden llevar sus crímenes literarios a la ciudad condal. Cabe preguntarse si es Barcelona la que atrae a los profesionales de la novela negra o si son los autores las que han erigido la ciudad como la capital del crimen literario. En la primera mesa redonda de la BCNegra 2012 el dilema quedó servido. Aunque su resolución resulta unánime.

 

Laura De Andrés Creus